Fuente externa.

Por J. Modesto Rodríguez

Cada cierto período se nos aparece en el ahora Ministerio de Agricultura un "gurú".Pero resulta  que en la práctica , por su accionar, por sus hechos, lo único que hacen es repetir los episodios de los antecesores. Viajes y reuniones, con una caravana de alabarderos detrás, desperdiciando los recursos del Estado que le son asignados,vía lujosas dietas y gastos de representación. El impacto de estas reuniones son insignificantes para el interés nacional.
Los precios de los productos de primera necesidad de origen agrícola se encarecen en los mercados, porque se violan los calendarios de siembra, y por consecuencia rubros estacionales que debieran estar en la mesa del mal nutrido dominicano le cuestan gran parte de sus ingresos o tiene que dejar de  consumirlos, con lo que pierden oportunidad de negocios los vendedores de los mercados, y de consumo los dominicanos. Es un círculo que se ha hecho vicioso. Lo mismo ocurre en la pecuaria, las mismas quejas en cada gestión, con las importaciones de materia prima y los precios de la leche, quesos y demás derivados. La única virtud que puede exhibirse, salvo pruebas en contrario es el avance de la tecnología de los invernaderos y por la existencia de financiamiento privado y el emprendedurismo de algunos empresarios o productores con garantías para acceder al préstamo.
Lo mismo que hacen los otros, nada nuevo en el panorama: reparto de semillas, materiales de siembra, y enfrentarse a las quejas reiterativas de los productores.
El presidente de la República, que ha notado hace años este apalancamiento de la agropecuaria nacional, ha decidido repartir fondos a través de una fuente segura: El Fondo Especializado de Desarrollo Agropecuario (FEDA) que tiene su asiento en el edificio del Banco Agrícola y le ha depositado más de mil millones de pesos que los mismos productores han notificado su recepción.
Si no tenemos un campo encendido es por la praxis del FEDA. Agricultura sigue en el cuantioso gasto de capitales que no se reflejan ningún impacto en la abundancia de alimentos en los canales de distribución ni en los precios. Comer un plátano es un acto lujoso; igual una berenjena, habichuelas , arroz, pollo, huevo, carnes de res, chivo, cerdo,  aves de todo tipo, un ají, cebolla, ajo, guineo; ni hablar de yuca, batata ni de las yautías. De peces y camarones, ni hablar. Son artículos de lujo. Con lo que cuesta una libra de tilapia se compra un pollo. De camarón criollo o criado en ríos y estanques, eso no es para los dominicanos.
La razón es que el anacronismo bucrocrático en el Ministerio de Agricultura y las interpretaciones personales del rol en la producción nacional, comenzando por el Ministro y su equipo de burócratas,algo que es condenable e insoportable, parece un "disco rayado" ; un producto carente de virtudes, de iniciativas y de creatividades. Parece que ignoran los funcionarios que hay que asegurarle alimentos baratos y abundantes a 10 millones de consumidores y casi 5 millones de una población flotante que se mueve por el territorio nacional como turista o viajero de temporada.
Los espacios de temperatura controlada o invernaderos tienen su mirada hacia las exportaciones. Posiblemente un 20% es destinado al mercado nacional, por lo que seguimos dependiendo de los pequeños y medianos productores a campo abierto que deben ocuparse con todas sus dificultades a suplir unos mercados que parecen cementerios y donde la especulación con los precios parece un puesto de bolsa de los mercados especulativos. Los precios cambian a cada minuto porque no hay reglas, las que se aplican, es la simple percepción del mercader que juega con el bolsillo del consumidor y su regla matemática es la abundancia o la escasez de determinado rubro.
En consecuencia, quien paga los platos rotos es el dominicano que sigue acrecentando su hambre, su desnutrición, por la falta de dinero en circulación y por los altos precios. Mientras tanto un Ministerio de Agricultura gastando recursos y esfuerzos en una campaña mediática, vendiendo la idea de que son efectivos y eficientes, recursos que deberían usarlos en preparar terrenos, en buscar semillas para la siembra, en entrenamiento a una población de agricultores clásicos y ananfabeta que repiten sus ciclos de intervención en la mal llamada producción nacional como los frutos estacionales. Parafraseando al autor europeo, estamos en agropecuaria en un "viaje a ninguna parte".