Por DOMINGO ABREU COLLADO
La primera megacarretera construida en la República Dominicana fue la que baja desde El Aceitillar (mina de bauxita) hasta Cabo Rojo (puerto de embarque), en Pedernales. Construida por la compañía Alcoa Exploration Company a principios de los años 50 para el transporte de bauxita y posterior embarque hacia los Estados Unidos, donde sería transformada (la bauxita) en alúmina y posterior transformación en aluminio, de gran demanda en la metalurgia de mediados del siglo pasado y durante varias décadas más.

No se conoce de una carretera mejor construida en la República Dominicana, pues era la época en que se construía “para siempre”, “para que nunca se acabara”. Eran los años en que parte del empeño de la construcción –tanto de obras de infraestructura como de artículos de uso diario– era su duración, aparte de que de otra manera podría interpretarse como un engaño al presidente Rafael Trujillo construir una carretera diferente a la prometida.

En la década de los 40, 50 y 60, la competencia industrial y constructora estaba basada en la duración del producto terminado. Baste el ejemplo de las navajitas de afeitar (no las navajas Solingen de barbero), las que eran garantizadas para durar más que las demás “afeitada, tras afeitada, tras afeitada…”, como pregonaba un comercial de los 60, competencia que se mantuvo hasta que el capitalismo descubrió que era más beneficioso elaborar productos en base a la obsolescencia planificada, es decir, fabricar artículos expresamente con una corta vida para poder vender más y ganar más.
 Actualmente, y con el mismo ejemplo de las navajitas de afeitar, un aparato de afeitar desechable solo dura la mitad de un uso. Es decir, se necesitan dos aparatos de esos para una afeitada: uno para cada media cara. La barba dura necesita hasta tres aparatos.
Algo parecido a los aparatos desechables de afeitar ocurre con nuestras carreteras y puentes actuales: construidos para que en tres o cuatro años haya que construirlos de nuevo y los nuevos gobiernos inauguren reconstrucciones. Una cuestión de la libre empresa, del libre mercado y de la obsolescencia panificada. Eso no ocurrió con la megacarretera Aceitillar-Cabo Rojo.
La megacarretera para la minería de bauxita en Pedernales se construyó para soportar el hasta entonces nunca visto peso de los camiones “Euclid”, de hasta 30 toneladas de capacidad, con gomas imposibles de pinchar. Todavía existen camiones de esos en uso en nuestro país. Ese tipo de minería demanda de ese tipo de camiones, y éstos, a su vez, demandan de ese tipo de megacarretera.

Pero baste decir que donde se construye ese tipo de carretera nunca más crece nada natural, y naturalmente también, se convierten en vías de penetración de todo tipo de actividad humana, desde la invasión de tierras hasta el narcotráfico, pasando también por el desmonte y talado ilegales.

La carretera Cibao-Sur

La carretera Cibao-Sur, insistentemente propuesta para “unir” a Santiago con San Juan de la Maguana no tenía anteriormente otro objetivo que su construcción misma. Es decir, ser una obra para beneficiar a una o más compañías constructoras de esas que aportan recursos a campañas electorales partidistas.

Pero ahora la carretera Cibao-Sur tendría un segundo objetivo, acceder con toda amplitud a la Cordillera Central para acercar la megaminería al “descubierto cinturón del oro, la plata y el cobre” que se extiende a lo largo de dicha Cordillera, según las proyecciones de varias de las empresas megamineras que están detrás de la explotación de dicho “cinturón”.

Esta megacarretera para megaminería demandaría además ramificaciones hacia las diversas concesiones de las distintas empresas del oro que se establecerían a lo largo de la Cordillera Central, conformando además una infernal cadena de presas de cola para desechos cianurados, transformando la enorme fábrica de agua y salud que es nuestra Cordillera Central, en una enorme fábrica de veneno, contaminación y enfermedad para el resto de los siglos por venir.

La megaminería en nuestra Cordillera Central alteraría de tal manera a nuestra principal formación geológica, que desaparecería su relieve natural al desaparecer cientos de montañas reventadas y horadadas, alterando además todo el ciclo hidrológico central de la Isla y todo el sistema eólico y pluvial original.

Por otro lado, la “industria maderera” no se quedará de “hachas cruzadas” viendo tantas posibilidades de “crecimiento económico” y “desarrollo sustentable”, por lo que buscará lo suyo también en virtud de la “libre competencia del libre mercado” y de otras calificaciones ya bien conocidas por todos y aplicadas a la devastación de nuestros recursos naturales.

La Carretera Cibao-Sur no debe permitirse, como tampoco la megaminería y el uso de cianuro, en ninguna zona de nuestro país, en ninguna parte de la Isla.

El compromiso de la República Dominicana es con la producción de alimentos, necesidad en estos momentos de mil millones de personas en el Mundo. El compromiso de los dominicanos es con su territorio y su integridad.

Al cierre de este ciclo del oro de 500 años el saldo no puede ser el suicidio, como ocurrió con las culturas aborígenes. El saldo debe ser nuestra soberanía alimentaria, nuestra garantía ecológica y nuestra seguridad económica.


Fuente:foroap.net.do