Una guía de la FAO explica cómo proteger los bosques de los insectos invasores

El control biológico clásico es una estrategia probada, barata y libre de plaguicidas para combatir las polillas, avispas y cochinillas exóticas
4 de abril de 2019, Roma/Beirut - Insectos como la falena invernal y la avispa asiática del castaño son un azote para árboles valiosos y para las personas que dependen y se benefician de ellos.
Las plagas de insectos dañan alrededor de 35 millones de hectáreas de bosque anualmente, con un impacto especialmente catastrófico cuando las especies exóticas llegan a ecosistemas donde no tienen enemigos naturales. La magnitud de este impacto está aumentando, debido al incremento del comercio internacional y los efectos del cambio climático.
Por suerte, en las últimas décadas la comunidad mundial ha acumulado un conocimiento considerable sobre la aplicación del control biológico de plagas. La introducción de enemigos naturales de las especies invasoras en su país de origen ha demostrado ser una herramienta eficaz contra su expansión.
La nueva Guía para el control biológico clásico de plagas de insectos en bosques plantados y naturales de la FAO ofrece información clara y concisa para ayudar a los responsables de la gestión forestal de los países en desarrollo a elaborar programas eficaces para el control de plagas.
“El control biológico clásico es una estrategia bien probada y rentable para gestionar especies de plagas invasoras”, afirma Hiroto Mitsugi, Subdirector General de la FAO al frente del Departamento Forestal.
Por ejemplo, la introducción de Torymus sinensis, un parasitoide específico de la avispa asiática del castaño en China -que se extendió por toda Europa y redujo el rendimiento de la madera en un 40 por ciento y de las castañas en más de un 80 por ciento- demostró ser eficaz, extendiéndose por sí solo y matando a más de tres cuartas partes de los insectos objetivo, al tiempo que no afectaba a otras avispas nativas.
La introducción de dos parasitoides de la falena invernal -que a principios del siglo XX arrasó los bosques de robles y los huertos de cerezos y manzanos de América del Norte, con tasas de mortandad de árboles de hasta el 40 por ciento- ha ayudado a contener la plaga. Uno de ellos ha sido particularmente eficaz durante los brotes, y el otro un depredador persistente en el caso de densidades más bajas.
El control biológico clásico no logra erradicar una especie de plaga invasora, pero intenta establecer una población permanente y autosuficiente de enemigos naturales que dispersará y suprimirá la plaga o reducirá la velocidad a la que se propaga. Cuando tiene éxito, permite reducir el uso de insecticidas, con los consiguientes beneficios para la salud humana y el medio ambiente.
La guía de la FAO fue lanzada durante la 6ª Semana Forestal Mediterránea que se celebra en el Líbano, y ofrece una serie de estudios de caso que van desde el escarabajo rinoceronte del coco -que devora los cocoteros y las palmeras aceiteras en la región del Pacífico-, el escarabajo de la corteza del abeto, que emigró de Siberia a Europa Occidental, o la orthezia-, un insecto omnívoro que llegó a la pequeña isla de Santa Elena en el Atlántico Sur y había comenzado a diezmar un árbol endémico (Commidendrum robustum)-, pasando por varios agentes patógenos que impactan cada vez más sobre los árboles de eucalipto.
En todos los casos, los esfuerzos de control deben basarse en el conocimiento científico -a menudo más accesible en el país de origen de una plaga en comparación con el lugar donde causa problemas- y en evaluaciones completas del riesgo, cuyos protocolos se explican en la nueva guía, junto con los principios de bioseguridad que deben seguirse al ampliar la magnitud de las intervenciones y al supervisar su eficacia. También es fundamental una buena comunicación con todas las partes interesadas desde el comienzo de una intervención planificada.

El control biológico clásico es también útil para los árboles frutales, como se demostró con la cochinilla del mango. Originaria del Sudeste asiático, apareció en África occidental a principios de la década de 1980, donde comenzó a alimentarse de la savia de los árboles de mango - muy apreciados por su fruta y su sombra - secretando una sustancia que produce moho y limita la fotosíntesis, lo que llevó a pérdidas de rendimiento de hasta el 89 por ciento en Benín. Se identificaron e introdujeron parasitoides hostiles en el hábitat nativo del insecto, lo que permitió resultados espectaculares, con una relación coste-beneficio para el África subsahariana calculada en 1:808 en términos solamente del valor de la fruta.