Apreciados Colaboradores:

Queridos Amigos:

Dándole continuidad a nuestra serie acerca de la Oscilación NATURAL del Lago Enriquillo (ONLE), que iniciáramos con el artículo “El lago Menguante” de la autoría de Felix Servio Ducoudray, el cual ilustramos con una imagen satelital captada en enero de 1979 (tomada cuatro meses después de la publicación del artículo).

Hoy corresponde otro artículo del mismo autor no menos explícito, didáctico y refrescante que el anterior, donde Don Felix Servio describe de una manera magistral lo ocurrido después del Huracán David (31/08/79), acontecimiento  que provocó una subida de CINCO (5) metros el nivel de las aguas del lago desde  -45.70 (a inicios 1979) hasta los -40.7 msnm (en 1980). En esta ocasión nos deleita con un artículo publicado casi dos años después de DAVID y nos narra los efectos de la crecida de los niveles del lago.

Este artículo titulado “…Y una escalera grande para bajar al lago”, y publicado en Agosto de 1981, el autor nos hace la advertencia  “Con una misma vara mide el lago la imprevisión de todos, que no tuvieron cuenta con el carácter recurrente de sus ciclos de avance y retroceso y llegaron a creerse, viéndolo recogido de sus límites cuando se secaba, que aquello sería eterno y lo ocuparonY entonces fue el llorar cuando el lago empezó a hincharse y ha vuelto por sus fueros”. Por esa razón hemos ilustrado el artículo (ver anexo) con 2 imágenes de Satélite, tomadas la primera el 28 de agosto de 1979 (3 días ANTES de David), donde se observa la fase NEGATIVA de la ONLE. Y la segunda tomada el 17 de enero de 1982 (28 meses después de David), donde se observa la Fase NEUTRAL de la ONLE.

Además, podrán observar de manera gráfica la explicación que nos da acerca de como “EL MAR QUEDÓ METIDO EN ESE TERRITORIO” o sea, como transcurrió desde que existía un canal marino entre la Bahía de Neiba y el Golfo de Gonaives, el ascenso del valle de Cul de Sac, la formación del Valle de Neiba, la separación de ambos lagos, el surgimiento de la planicie de Verretes hasta la emergencia de las islas del Lago Enriquillo (Cabrito, la Islita y Barbarita).
Reciban un caltelúrico saludo e infinitas bendiciones de Dios todopoderoso, esperando que disfruten (una vez mas) este relato que tanto nos ayuda a entender los fenómenos de la Naturaleza...y a respetarla!.

Abrazos
Manuel Gonzalez Tejera, MDSN
…Y UNA ESCALERA GRANDE PARA BAJAR AL LAGO
Por Felix Servio Ducouray
Los pescadores del lago Enriquillo que no tienen yola se meten en el agua a más de 40 metros debajo del nivel del mar. Dicho así parece que zambullen. Pero no. A esa profundidad el agua les da por la cintura o el pecho, sin que esto signifique que sean desmesuradamente altos, aunque lo más frecuente es que ni siquiera les llegue a la planta del pie, ya que comúnmente pescan sentados en la copa de algún árbol.
Hasta aquí no he dicho nada ilógico ni absurdo. Se meten realmente en el agua, andando por sus pies.

Lo que se pasa es que el lago ocupa una profunda depresión en el punto más bajo de la hoya de Enriquillo, donde la superficie del agua queda a más de 40 metros debajo del nivel del mar. A esa profundidad están, pues, los pescadores que se meten en el lago con el agua hasta la cintura, y algo menos cuando pescan encaramados en los árboles.
Árboles muertos, que habían crecido en la orilla del lago y han quedado metidos en el agua —a veces hasta el pecho—, donde la sal los mata. Mayormente cambrones, y sal mayor que la del mar por ser el Enriquillo mucho más salado.

Desde los turbiones del ciclón David hasta los aguaceros de este último mayo, el lago ha venido creciendo paulatinamente. De la noche a la mañana no se advierte el avance de su lento desborde, pero el agua cubre trechos cada vez más anchos de la antigua orilla.Inexorablemente. En Los Borbollones, por ejemplo, una familia de La Descubierta que tiene allí su finca había puesto piscina y embarcadero de solaz acuático. Hoy las dos cosas —embarcadero y piscina— se hallan sumergidas, sobrepasadas por el lago. Pueden verse solamente cuando uno pasa cerca navegando en el bote y mira al fondo. Hecatombe pausada. Miniatura lacustre de una Atlántida orillera que aún no ha tenido tiempo de volverse arqueología, y que a pesar de la riqueza corrió la misma suerte de los muchos conucos que hoy tienen igualmente inundada su pobreza.

Con una misma vara mide el lago la imprevisión de todos, que no tuvieron cuenta con el carácter recurrente de sus ciclos de avance y retroceso y llegaron a creerse, viéndolo recogido de sus límites cuando se secaba, que aquello sería eterno y lo ocuparon. Y entonces fue el llorar cuando el lago empezó a hincharse y ha vuelto por sus fueros. Pero unas van de cal y otras de arena, dos cosas que allí abundan. Y ahora es la suerte de los pescadores. Porque al crecer, el lago se recarga de nutrientes y de peces. Muere el conuco, pero la mesa se llena de tilapias, que dan más alimento que la yuca o el plátano.

De pescadores y agricultores son los pueblos que circundan el lago. Cuando en los años secos se le achica el ojo, la sal se reconcentra en lágrima purísima y amarga, y cuesta Dios y ayuda hallar una tilapia que pique en los anzuelos. Casi nadie baja entonces a ese ajetreo inútil. Se olvidan de la pesca. Pero no en estos días, que ojalá duren años. Hasta de Cabral y Peñón vinieron romerías de codiciosos chinchorros, lo que obligó a ponerles coto de moderación no fuera que el desboque dejara sin comida a los del vecindario. Llegaban de lejos espoleados por los pedidos de pescaderías comerciales y así el monto de las capturas sobrepasaba la cuota diaria de extracción, que debe respetarse para dejar intacta la capacidad reproductiva de la población lacustre de tilapias y garantizada la abundancia. Eso además incrementaba de paso el merodeo de saqueadores en los nidos de cocodrilos para llevarse los huevos y venderlos, no obstante la prohibición que los protege por ser especie en peligro de extinguirse.

Esa mañana el toque de diana del profesor Marcano despertó casi de madrugada en La Descubierta a los miembros de la expedición científica del Museo de Historia Natural. Había que cruzar el lago lo más temprano posible: antes que se le revoltearan las aguas, y para que el tiempo rindiera. Pero cuando llegamos, hacía rato que estaban en él los pescadores, desde mucho antes que amaneciera. Algunos habían cogido ya una sarta de tilapias. Se meten al agua primero que los cocodrilos. Estos reptiles suben a dormir en las playas y generalmente se quedan en la arena hasta que los primeros rayos del sol los calientan. Sólo después bajan al lago, en busca de comida, como los pescadores.
Igualmente, ambos a dos, metidos en el agua. La información que tengo es que esta especie de cocodrilo (Crocodylus acutus) no ataca al hombre.

Así lo he visto en tierra: le huye, y de eso doy fe. Pero en el agua, aún creyéndolo, se corre el riesgo de pisarlos o de tropezar con ellos descuidadamente, y entonces —lo mismo sería en tierra en ese caso— instintivamente se defenderían con una dentellada.
¿Lo sabrán ellos? Lo cierto es que la necesidad tiene cara de hereje, y puesto que no todos cuentan con yola ¿de qué otro modo podrían pescar allí, como no sea metiéndose en el lago? Y así estaban. El amanecer era un alto relumbre de cobres encendidos
atravesado por el vuelo lejano de gaviotas. Entre las eneas las gallaretas daban su canto
punteado, monosilábico y los pescadores, muy quitados de bulla nos saludaron cuando pasamos en el bote hacia Cabritos.

Pero algo ha quedado atrás sin explicar: esos 40 metros y pico debajo del nivel del mar en que ocurre esta escena. Porque eso, desde luego, tiene su historia. Durante mucho tiempo lo que hoy es la hoya de Enriquillo fue el fondo de un brazo de mar que se
extendía de la bahía de Neiba hasta la de Puerto Príncipe en Haití, y situada tanto entonces como ahora —cuando es valle después de haber emergido de las aguas— entre la sierra de Neiba, que la ciñe por el norte, y la de Baoruco al sur. El mar quedó metido en ese territorio, formado por los plegamientos descendentes y fallas de empuje originados en las presiones que alzaron las montañas de la sierra de Neiba y la de Baoruco, entre las cuales quedó la hoya apretada y conmovida.

Todo parece indicar que tales movimientos de la geología se iniciaron antes del Mioceno(período que empezó hará unos 26 millones de años «poco» más o menos) y continuaron casi sin interrupción a lo largo de todo el Plioceno. Cuando ese mar cruzaba la llanura topaba a la montaña 40 y pico de metros más arriba de lo que hoy es el lago Enriquillo. Por eso pueden verse a dicha altura, en varios lugares empinados que rodean el lago, restos de arrecifes de coral y bancos de conchas, todo lo cual evidencia que por tales sitios pasaba la costa primitiva.

Al final del Oligoceno comenzó un proceso en que el mar se retiraba y disminuía de profundidad. En el Mioceno Inferior (primera etapa de tal período geológico) el mar era muy bajito y de calado fluctuante según los ascensos y descensos de lo que hoy es el piso de la hoya, su fondo entonces, que así fue escenario de regresiones y transgresiones
(o dicho en cristiano: retiradas y entradas de las aguas). Los grandes depósitos de yeso que han quedado en la base del Mioceno indican que allí hubo entonces lagunas cerradas y de muy elevada concentración de sales.

En el Mioceno Medio prosiguió el proceso iniciado en el último tramo del Oligoceno: nuevamente el mar se retiraba y disminuía su profundidad. En algunos sitios llegó a ponerse tan bajito —y probablemente salobre— que cesó el desarrollo de los arrecifes coralinos. El color rojizo de los gruesos sedimentos clásticos de ese tiempo es considerado por algunos autores como señal de que iba creciendo la aridez de las tierras circundantes.

Hay un hiato (esto es, no se depositaron sedimentos) entre el Mioceno Medio y el Mioceno Superior. Ello quiere decir que después el Mioceno Medio —tiempo en que sobrevino el tembloroso rejuvenecimiento de la cordillera Central— se levantó temporalmente la hoya de Enriquillo cuyos sedimentos se vieron sometidos a erosión.
El Mioceno culmina con intensa orogenia (formación de montañas) que sacudió fuertemente el flanco sur de la sierra de Neiba y lo movió hacia adelante, al tiempo que las montañas del Baoruco empujaban hacia el norte, todo ello probablemente en medio de la erupción de volcanes.

El Plioceno tiene todos los visos de haber sido la continuación de ese intenso diastrofismo que caracterizó el cierre del Mioceno, y el levantamiento de la hoya de Enriquillo parece haber sido desde entonces un proceso continuo hasta el presente.

Al acabar el Pleistoceno (que comenzó aproximadamente hará un millón de años) la mayor parte de este territorio parece estar ya aislado del mar, cuando el río Yaque del Sur había empezado a construir el delta de su última desembocadura, que opera como dique de las aguas en la punta oriental de la hoya. El lago interior que quedó cubriendo gran parte de ese valle al cabo de todos estos movimientos, empezó a dividirse,  simultáneamente con el proceso de desecación general de la zona, en los lagos
menores que hoy se ven tendidos en fila india a lo largo de la hoya: desde la laguna Rincón o de Cabral hasta el Etang Saumatre de Haití (lago del Fondo en nuestros viejos manuales de geografía) con el Enriquillo en medio.

De este a oeste la estampa estructural de la hoya forma dos escaleras enfrentadas, con escalones de altura equivalente a cada lado y el lago Enriquillo al pie de esas «terrazas» provocadas por fallas que por eso se llaman de escalones. Y ese escalón final es el que tiene la superficie del agua que lo llena a 40 metros debajo del nivel del mar. Tras el extremo oriental del lago Enriquillo, el primer punto de la hoya que tiene su nivel a
ras del mar, poco más o menos por el meridiano de Neiba, dista de la orilla entre 15 y 18 kilómetros.

Trecho que es como un plano ascendente (visto desde el lago) o descendente (visto desde Neiba). Por eso a ese hondón van a parar todas las aguas, menos las que se evaporan. Llegan al lago por arroyos y manantiales de superficie o por coladeros
subterráneos. Y por eso ciclones y aguaceros incrementan su estanque. De donde resulta que la destrucción causada por ciclones tiene allá ese costado beneficioso: aumenta con el volumen y el endulzamiento del agua la suma de nutrientes, y eso alcanza para sostener la vida de tilapias, cocodrilos, gaviotas, garzas, flamencos, de todas las aves y de todos los pescadores que son allá tan acuáticos como los peces, y tan pacientes como el mismo lago.
(22 ago., 1981, pp. 4–5)